Siguiendo la tradicional costumbre de echarle la culpa al otro, muy propia de la moral cristiana, he de acusar, aquí y ahora, a todos los galanes de medio día, engrandecidos por Jorge Barón y Delia Fiallo; son ellos los culpables de los fracasos emocionales, la ingenuidad voluntaria y la sumisión extrema de nosotras, las amas de casa contemporáneas quienes, para muchos, estamos básicamente desesperadas.
Y estoy de acuerdo con que estamos desesperadas, tanto que me atrevo a asegurar que estamos casi locas por culpa del galán de medio día que nos pusieron como modelo desde pequeñas y a quien, inevitablemente, a pesar de una costosa educación o, simplemente, de una sobresaliente inteligencia emocional -de esa que se aprende únicamente en la universidad de la vida-, volvemos a evocar, a buscar, para que nos desilusione otra vez, nos desinfle, nos engañe con su articulada labia de romancero venezolano y su tragicomedia de medio día que se mezcla con el humeante puchero del almuerzo ejecutivo que pulula en nuestras calles capitalinas.
El galán de medio día es una especie de héroe donjuanesco mezclado con capataz, que se las da de artista y, algunas veces, hasta le da por cantar si no está cabalgando en su caballo o quitándose las tres capas de base carmelita que le echaron las muchachas de maquillaje, sí, leyó usted bien, carmelita, porque el auténtico galancete latino es mulato por defecto, y es esa sabrosura de zambo malicioso lo que le ha dado su lugar de la fama en la paupérrima constelación de pordebajiados y renombrados "artistas" nacionales.
De Edmundo Troya a Omar Fierro, de Rafael Novoa a Danilo Santos, se nos ha pasado la vida como televidentes, futuras madres de familia, amas de casa y amantes. Engañadas, alguna vez nos hicimos la permanente siguiendo la moda Nelly Moreno –diva de medio día- y soñamos con que un galancete nos prometiera la casa en el aire pero, y esto puede ser uno de los graves errores de Jorge Barón, televisa y Teveazteca, nunca nos mostraron qué había sido de la vida de esta casta heroína una vez conseguía consumar su amor cortés; quizás si nos hubieran mostrado en qué se convertía este héroe de dramatizado cuando el padre decía "los declaro marido y mujer", si nos hubieran mostrado lo beodo, mujeriego, guache y truhan que era en el fondo Edmundo Troya, aún después de su lifting facial, quizás si hubiéramos sido testigos de esa espeluznante realidad que intenta maquillar, esconder y aromatizar de la manera más mañé la televisión nacional, otro sería nuestro cantar, probablemente nuestra generación no se hubiera entregado al desengaño del matrimonio tan ingenuamente y, de pronto, más mujeres hubiéramos desarrollado un sensor para reconocer la malicia del galán y hubiéramos logrado blindarnos antes de que nos llenara de chinos.
Delia, ¿Por qué nos hiciste ese mal?, los galanes de tus telenovelas, a pesar de las tres capas de base y la faja, ¡no eran de verdad! Lo que nos enseñó el mundo real fue exactamente lo contrario, un mundo ruin y áspero, lleno de agropecuarios adonis que, contrario a lo que hacía Edmundo Troya, no llaman al día siguiente, no llevan serenatas, no sueñan con casarse con uno, no son fieles... al contrario; lo que sí conservan nuestros especímenes masculinos del paradigma donjuanesco televisivo de los ochenta es la labia culebrera y las frases de cajón, llenas de lugares comunes que hieden a pachulí de la feria del calzón y solo cucos. Sin embargo, Delia, sea este el momento para que mi generación haga las paces contigo, ya la vida te habrá desdibujado con sangre la ilusa figura del príncipe azul que encarnaste en Guillermo Gálvez; y a ti, Jorge Barón, es hora de que las mujeres nos reunamos para darte una patadita por los sumisos estereotipos que nos vendiste en el rostro de Linda Lucía y Nelly.
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